La negación, la represión y el silencio generan una carga emocional que, lejos de liberar al clan, alimentan y mantienen activo el trauma o la pérdida. El silencio cargado de emoción que surge después de la pérdida, o los lapsus y gestos forzados, hacen que, paradójicamente, aquélla refuerce su presencia incluso en descendientes que ni tan siquiera habían nacido cuando ocurrió.

Los duelos pendientes siempre están referidos a muertes inesperadas e injustificables para el clan. Fallecimientos que han rebasado la capacidad emocional de los miembros contemporáneos del fallecido. Pérdidas que no han podido ser admitidas o comprendidas. Cuando se produce ese colapso emocional, se posterga  y queda pendiente la realización del duelo correspondiente. Muertes repentinas, accidentes mortales, suicidios, niños que mueren prematuramente, etc., acontecimientos, en definitiva, dramáticos e incomprensibles para la familia. El colapso emocional lleva, en un primer momento, a la negación del suceso traumático y, por ende, al silencio como improvisada medida de protección.

Es necesario llevar a cabo el duelo pendiente para cerrar el capítulo traumático, cortar la transmisión transgeneracional del mandato inconsciente y, con ello, liberar a las futuras generaciones de ese pesado lastre emocional. Realizar el duelo requiere elaborar y expresar las emociones que fueron reprimidas en su momento, aunque hayan transcurrido años o décadas. El inconsciente es atemporal y, por tanto, los traumas se incorporonan al inconsciente familiar.

Es preciso poner palabras a lo ocurrido, hablar del muerto en el ámbito familiar, devolverle su lugar en el clan, otorgarle y reconocerle su protagonismo, su identidad; rescatarle del silencio. Se debe restablecer la memoria del muerto, mantener vivo su recuerdo.

El duelo es un proceso ineludible para cicatrizar heridas emocionales del pasado que siguen abiertas. El duelo es la llave que permite liberar al clan familiar del trauma emocional de la pérdida para poder continuar la vida sin cargas ocultas.

El miedo y el silencio son indicios evidentes de que existe un duelo pendiente, una puerta del pasado que aún está abierta, una herida sin suturar.

Cuando un clan carga con un duelo pendiente, las generaciones posteriores, desconectadas de la vivencia de la pérdida, sienten lo ocurrido con desorientación y confusión porque el trauma sigue activo, presente en ese sustrato de memorias comunes que conforman el inconsciente familiar.

Todo duelo implica asumir paulatinamente la pérdida superando varias fases.

1ª – Impacto.

Corresponde al momento de la pérdida. El trauma imprevisto golpea y genera una profunda vulnerabilidad en las personas cercanas al fallecido. El impacto deja un rastro emocional y físico en ellas. Aspectos del contexto en el que se produce la pérdida (temperatura, lugares, colores, sonidos, gestos, palabras, etc.) pueden quedar registrados en el inconsciente de los familiares como enlaces que activarán en adelante esa memoria de dolor; vínculos que pueden permanecer activos durante toda su vida.

2ª – Negación.

Una vez superada la fase sensorial y fisiológica del impacto, se ponen en marcha inconscientemente los mecanismos de protección que permitirán asumir el duelo. Entre los más habituales cabe destacar la hiperactividad como huida para silenciar y acallar el sufrimiento extremo. Otras veces, se buscará un culpable en el que descargar la ira y la impotencia. También es frecuente que se genere una imagen idealizada del fallecido, imagen que quizá se corresponda poco con la real; pero que, sin duda, aporta un apaciguamiento frente al dolor que invade a la familia. En ocasiones, se busca refugio y sosiego en la religión como bálsamo espiritual. Es habitual también retener la memoria del desaparecido conservando objetos que le pertenecieron o conservando prácticamente intactos los espacios que ocupó. Hay veces que la persona busca mitigar o desvanecer el dolor entregándose a adicciones como el alcoholismo o el sexo. Cuando el dolor es vivido por la persona con miedo o con sentimiento de soledad o abandono respecto al fallecido, suelen aparecer trastornos alimentarios que ponen de manifiesto su ansiedad. Algunas personas optan por la soledad como forma de evadirse. Otras veces, en cambio, se sustituye a la persona desaparecida por otra en la que se proyecta inconscientemente la figura y las cualidades de aquélla; relación de sustitución que obviamente está adulterada desde el principio y que, tarde o temprano, suscitará problemas o limitaciones. Esta etapa es muy importante porque ayuda decisivamente a la asimilación de la pérdida; pero entraña el serio peligro de que la persona al final opte por atrincherarse en cualquiera de las opciones elegidas, desechando, para evitar revivir el dolor, la posibilidad  de avanzar en el proceso que exige el duelo.

3ª – Exteriorización de las emociones.

Las emociones reprimidas enferman, por eso es necesario encontrar un cauce de salida. No es posible realizar el duelo sin expresar las emociones. La manifestación de la tristeza, la ira, la rabia y la cólera asociadas al duelo pendiente servirá para liberar incluso a los descendientes que no vivieron el trauma; pero que están encadenados a él a través del inconsciente familiar. Descendientes que, a su vez, portan la tristeza, la ira, la rabia o la cólera de los antepasados que sí vivieron el trauma; pero no fueron capaces de asumirlo.

4ª – Aspecto positivo de la pérdida

Poner palabras al duelo pendiente y a los “no dichos” facilita el desbloqueo y la integración emocional. La descarga emocional permite dejar atrás lo mental para acceder a la parte espiritual del duelo. Cuando se ha liberado de la pesada losa de las emociones reprimidas, la persona puede tomar distancia respecto a la pérdida para analizarla de un modo distinto, con otra actitud y con otros recursos. Si se han superados las fases precedentes, la persona que hace el duelo estará en disposición de descubrir los aspectos positivos que haya podido obtener de esa perdida, como, por ejemplo, una maduración y un crecimiento interior que ahora siente interiormente. En ese momento, se encontrará en la mejor disposición para retomar las riendas de su vida de forma plena y libre, sin obstáculos ni lastres ocultos.

5ª – Perdón

El perdón es irracional. Desde el corazón, se cura la memoria y se perdona tanto a los demás como a uno mismo. Desde el punto de vista del transgeneracional, el perdón posibilita la reconciliación con el clan, es decir, con todo aquello que nos construye, lo que nos da identidad y nos aporta un sentido de pertenencia. El perdón, por tanto, realza y pone de manifiesto que la persona forma parte de un sistema al que entrega; pero también del que recibe.

6ª – Legado 

Revivir la pérdida, expresar las emociones reprimidas y devolver al fallecido su lugar y su protagonismo, permite a los familiares recuperar y hacer presentes las cualidades que le definieron. De este modo, ese sedimento emocional se convierte, para los familiares, en su legado; la herencia viva y vigente con la que el fallecido, ahora rescatado del silencio, deja su huella en el clan familiar.

7ª – Dejar ir

A partir de ahí, restaurada la memoria del fallecido y reconocido su legado, los supervivientes ya pueden integrar realmente el sentimiento de continuar sus vidas. Para “dejar ir” definitivamente al familiar fallecido son muy válidos los gestos y rituales simbólicos. Ese es un lenguaje que entienden muy bien el inconsciente individual y el inconsciente familiar. Un ritual puede representar un broche de oro final a todo el proceso que, además, cortará definitivamente la transmisión transgeneracional del duelo pendiente.

8ª – Renacimiento

El duelo es un proceso interior que enriquece y fortalece. Su realización da paso a la paz interior; pero también aporta nuevas sensaciones, nuevos ímpetus. La liberación interna que se experimenta permite retomar y encauzar la vida con nuevos bríos: renacer.

La superación del trauma genera nuevas y quizá desconocidas esperanzas. Quien supera un duelo pendiente adquiere la experiencia y las herramientas necesarias para afrontar posibles futuras pérdidas desde una posición mucho más fuerte y segura; más preparado, sin duda.

Este renacimiento es el síntoma inequívoco de que el proceso de duelo ha terminado y se han superado todas sus fases. Una nueva vida se abre paso, sin frenos.

Para que un duelo quede saldado e integrado deben superar todas y cada una de las fases descritas. La travesía puede ser muy desigual y depende de cada caso y de cada persona. A veces, puede completarse todo el proceso en apenas unas horas; otras veces puede requerir toda una vida, especialmente cuando una parte del clan familiar obstaculiza dicho proceso por un mal entendido sentido de protección respecto al dolor de la pérdida.

El duelo es un requisito indispensable para despedirse de la persona fallecida y liberar al clan. Porque todos los miembros del clan merecen su lugar y aquellos que, por circunstancias traumáticas, han permanecido incluso décadas en el olvido, tienen derecho a recuperar su protagonismo, su identidad.

Por eso es crucial comprender que el duelo no realizado se convierte en un duelo congelado que puede tener efectos letales en la salud y en la vida de las generaciones futuras.

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Psicóloga Transpersonal, Experta en liberación emocional, Bioneuroemocion y Terapia Humanista- Sistémica

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