Las personas que sufren trastornos de la alimentación tratan de llenar un vacío producto de la soledad, la falta de confianza en sí mismo o el perfeccionismo.
Pero, ¿y si la verdadera causa de estos trastornos tiene un origen mucho más lejano? El de la relación con nuestra madre durante nuestra infancia.
¿Qué son los trastornos de la alimentación?
Recordemos, en pocas líneas, cuáles son los principales trastornos de la alimentación y cómo funcionan:
- Anorexia: es el deseo patológico de no engordar. Hay dos tipos de anorexia: la anorexia llamada “clásica” con un rechazo categórico a comer y la anorexia-bulimia cuando las crisis alimentarias son seguidas de purgas (laxantes, vómitos, etc.).
- Bulimia: se caracteriza por impulsos absolutamente incontrolables para absorber alimentos en grandes cantidades. En los casos en que las convulsiones no son seguidas por purgas, esto se llama hiperfagia.
- Hay docenas de otros trastornos de la alimentación como, por ejemplo, pica (consumo de cosas que no son alimentos), trastorno por rumiación (regurgitación de los alimentos después de ingerir, escupir o tragar) u ortorexia (obsesión por comer solo comida sana).
En sujetos con trastornos de la alimentación, se observan las mismas características: un deseo obsesivo por cambiar su cuerpo, una decepción con éste, sea cual sea el resultado obtenido, falta de autoestima y un gran vacío emocional.
La crisis de bulimia se divide en tres partes bien diferenciadas:
- Antes de la crisis: donde la necesidad obsesiva de comer aumenta de un momento a otro hasta el acto. Cualquier lucha por evitarlo es prácticamente inútil. Se podría comparar eso con la actitud de un adicto que sabría que sus armarios están llenos de heroína o un alcohólico que tendría su casa llena de botellas de su bebida favorita y a quien uno le diría amablemente “no lo toques porque es malo para tu salud”.
- Acceso bulímico con ingesta rápida de cantidades enormes de calorías. El objetivo aquí no es disfrutar, sino llenarse. El umbral de ansiedad disminuye en este paso.
- La postcrisis: se acompaña de la culpa, el disgusto, el retorno con fuerza de una baja autoestima, la vergüenza, las promesas efímeras de no volver a empezar.
“No hay necesidad de hablar de mi madre”, “Entonces hablemos de eso precisamente”
Muchas personas con trastornos de la alimentación formulan esta frase en la consulta del psicólogo: “No es necesario hablar de mi madre, todo está bien en ese aspecto”. Claro, ahí está.
Las personas rara vez son conscientes de que cualquier cosa puede provenir de esta relación madre-hijo (muy generalmente madre-hija) y, si lo sospechan, lo niegan por amor a esa madre, por lealtad.
Seamos claros, no se trata de poner a las madres en la plaza pública y apedrearlas. Ellas lo hicieron lo mejor que pudieron con los medios que tenían y, la mayoría de las veces, reflejaron su propia educación en momentos en que había pocos casos psicológicos de niños y niñas. No, no culpemos demasiado a nuestras madres. El objetivo es más bien comprender lo que sucedió y, especialmente, cómo lo percibió el niño porque nunca recordamos lo suficiente: todo es cuestión de percepción. Existe una gran brecha entre la forma en que se dicen las cosas, se hacen y la manera en que son percibidas por el otro.
Dime cómo comes y te diré cómo fue tu relación con tu madre
En pacientes con trastornos de la alimentación, la relación con la madre ha sufrido una grieta, ya sea real o fantaseada, da lo mismo, se ha experimentado como una ruptura.
El sujeto que sufre bulimia ve en su madre una especie de ogresa, capaz de devorar a su hijo, de invadir su espacio vital, de estrangularlo/a y su respuesta para esta madre es engullirla a su vez. La comida se convierte en una metáfora de la madre.
¿cuál es el primer vínculo que nos une a nuestra madre? ¿Por qué se crea esta relación única que nos vinculará a ella para siempre, en un lenguaje que solo ella puede descifrar sin que incluso el bebé aún pueda hablar? Es la comida precisamente.
Incluso antes de nacer, el feto bien protegido en el hueco de su madre, es alimentado por ella en un intercambio directo. Al nacer, el intercambio continúa, ya sea a través del pecho o el biberón administrados contra este cuerpo cálido y reconfortante. El paciente que sufre de bulimia, por lo tanto, todavía asocia esta comida con su madre y, o quiere mantenerla en su interior por amor, porque no puede alejarse de ella (esta es la hiperfagia) o prefiere rechazarlo y tratar de deshacerse de él, por ejemplo, al vomitar (esto es anorexia-bulimia).
El sujeto que sufre de anorexia no escapa a esta deficiente relación materna. Nuevamente, el cordón umbilical no fue cortado o no completamente. Estas mujeres jóvenes rechazan su cuerpo de mujeres sexuadas porque les devuelve la imagen de su madre. Ya no soportan la dependencia que sienten hacia sus progenitoras, que las ahoga, les impide ser ellas mismas. Y, para alejarse de ello, se niegan a comer porque, como vimos anteriormente, la que da el pecho o el biberón, es la madre. Al rechazar lo que ella nos da, la rechazamos a ella. Culpar al propio cuerpo es también culpar al cuerpo de la madre.
Otras mujeres jóvenes han tenido madres demasiado estrictas, severas o exigentes que les dieron la impresión, correcta o incorrectamente, de que tenían que alcanzar la perfección para satisfacerlas. Y la perfección no existe: atraviesa el cuerpo, haciéndonos querer siempre más y escalando hasta que se desvanece.
¿Es la madre la responsable de todo?
Obviamente, sería injusto y simplista acusar a las madres de todos los trastornos alimenticios. Hay otras causas que pueden originarlas:
- Abuso sexual
- Anomalías a niveles de los neurotransmisores
- Factores genéticos
No basta con decir que los trastornos de la alimentación son enfermedades, las consecuencias pueden ser graves, incluso fatales, pero no olvidemos que se pueden tratar con la ayuda de un profesional.
Independientemente de las causas, los trastornos alimentarios no son inevitables, podemos superarlos con una buena dosis de paciencia y supervisión multidisciplinaria (somática, emocional, psicológica o psicoterapéutica) para que la relación con la comida vuelva a ser un placer y no una fuente de ansiedad y culpa.